miércoles, 4 de junio de 2014

Ciudad agonizante. La llamada.

Sonaba London Calling en mis cascos aquella tarde de mayo. Era un día frío al que se le notaban ganas de llover y yo estaba sentado en un banco cualquiera de un parque cualquiera esperando a Luismi, como siempre. La gente paseaba en unos ruidosos coches que ahogaban las llamadas de la ciudad agonizante. Lo escuché en el silencio de la pausa que hay entre una canción y otra. La peña que pasaba por allí no podía escucharlo porque estaba demasiado ocupada preocupándose por sus cosas; pero yo sí, yo percibía aquello. En aquel momento no me preocupaba por nada ni por nadie. Estaba decepcionado con una ciudad que no me dejaba cumplir expectativas de ningún tipo.
Aquel ruido parecía un rugido desde dentro del asfalto, el crujir de todos los edificios, el crorotar coordinado de todas las cigüeñas. El alma de una ciudad que tenía tantas ganas de huir de ella misma como las tenía yo, harto de ver todos los dias las mismas caras. Llevo 22 años aquí y he de decir que vivir en un sitio de 42.000 habitantes en el que reconoces a casi todo el mundo suele resultar demasiado aburrido.
Justo cuando esa llamada empezó a ser más nítida y podía entenderse con claridad, comenzó a llover. La ciudad volvió a quedarse muda y yo corrí a refugiarme bajo un balcón.

No he vuelto a pararme para escuchar a la ciudad, supongo que me interesa más salir de aqui que oir lo que me quiere decir. Igual si un día estáis libres de exámenes, sin agobios, despreocupados de todo y os sentáis a escuchar, podréis oir la llamada de este lugar que se queja porque políticos y mentes medievales se  encargaron de convertir una ciudad "para placer de Dios y los hombres" en una jaula de asfalto y hormigón, en la peor ciudad del mundo.

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