domingo, 7 de junio de 2015

La novia de Elvis.

Fue en el típico bar-hamburguesería americano de los 50 con el que todos soñamos alguna vez. Ya sabes, ese que salía en Grease: con hamburguesas XXL en el menú, camareras de vestido rosa chicle, gramola y rock and roll. Mucho rock and roll.
Alguien había puesto el 'Jailhouse rock' en aquella vieja y gastada jukebox mientras yo me bebía el mejor bourbon de Texas pensando que aquella sería "la última y para casa" cuando la vi. Estaba bailando sola en medio de la pista, moviendo las caderas como si fuera la novia del mismísimo Elvis. Nunca había pensado que podría existir una chica como aquella. Alta, delgada, de curvas vertiginosas y pelo negro muy corto; una Mia Wallace con un toque de Amelie. Impresionante.

Cuando acabó la canción la vi salir del bar y, por una vez en mi vida, me armé de valor para ir a buscarla.
No tuve que ir muy lejos, estaba fuera del bar apoyada en la pared con un cigarro apagado en la boca mientras buscaba en el bolso (seguramente algo con lo que encender el pitillo). Yo me quedé un poco más allá, haciendo como que le prestaba atención al móvil, pero sin poder quitarle los ojos de encima.
Enseguida desistió la búsqueda del fuego y clavó su mirada en mí.
- Eh, tú.
- ¿Me dices a mí?
- Claro que te digo a ti, no hay nadie más. ¿Tienes fuego?- Claro que tenía fuego. Estaba ardiendo por dentro por aquella chica con voz de resaca y sueño que parecía no dormir nunca.
Metí la mano en mi bolsillo y le extendí un mechero. Ella encendió el cigarro con mucho estilo y luego se guardó mi encendedor en un bolsillo.
La miré extrañado, era mi mechero. Ella sonrió, se acercó a mí, me quitó el vaso, volvió a sonreír, se bebió todo lo que había dentro, me tiró un beso y empezó a andar. Supuse que ya se iba con mi mechero y habiéndose bebido mi vaso -no me jodas-, pero cuando estaba a unos diez metros se dio la vuelta y gritó:
- Te debo una copa, ¿no piensas venir?
No tuve que pensarlo, la seguí. Caminamos sin rumbo por las calles de la ciudad. Me contó su vida, su obra y milagros. Hablaba mucho, si hubiera sido cualquier otra persona diría que demasiado, pero no. Me gustaba escucharla y mantenerme en silencio asimilando cada palabra que salía de su boca. Me contó que era artista y vendía cuadros para pagarse sus cosas, que me haría un retrato si era capaz de darle un beso y hacerla sentir algo.
Y lo intenté. La hice pararse agarrando su muñeca y la empujé contra la pared y fui a besarla, pero me apartó.
- Nunca beso a las tres de la mañana - dijo. Y continuó andando.
Movía el culo con un swing que derretía el hielo de las copas -que decía aquella canción- y me hipnotizaba. De pronto se paró en seco para sentarse en un escalón.
- Estoy cansada - dijo y sacó el paquete de tabaco.
Encendió un cigarro con el mechero que me había quitado y nos lo fumamos a medias. Yo nunca fumo pero cuando me lo pasaba para darle una calada, manchado de pintalabios, era como besarla. Un beso con alquitrán; perjudicial para la salud, como decían las campañas anti-tabaco, pero un beso al fin y al cabo.
No sé cuánto nos duró aquel cigarro; pero, entre sus caladas lentas y las mías breves, se me hizo eterno. Entonces hizo algo que no se me va a olvidar jamás: se sentó a horcajadas sobre mí, me cogió la cara y me dio un beso de esos que no voy a olvidar jamás. Lleno de pasión, de desenfreno, húmedo. Una explosión de sensaciones en mi boca, en mi pecho, en mi cabeza. Mordía mis labios con cariño y violencia a la vez, algo que sólo una mujer fatal como ella sabe hacer. Cuando se cansó de mi boca, empezó a darme besos por la cara hasta que llegó al oído y me dijo en un susurro apenas audible:
- Llévame a tu casa.
Abrí el portal casi temblando. No asimilaba que estaba a punto de subir a mi piso con la tía mas magnética que había conocido jamás (aunque apenas la conocía). Al entrar en casa intenté besarla, pero me apartó una vez más.
- Haz café, va a ser una madrugada muy larga. Cuando termines, búscame.
Y desapareció por mi propio pasillo. Yo fui corriendo a la cocina, tenía prisa por volver a besarla. Hice café para dos y salí a buscarla.
Estaba en la terraza, pero se había cambiado de ropa. Llevaba puesta mi sudadera de los Clash.
- Es que tenía frío y no pude resistirme. Strummer me pone mucho.
Nos bebimos el café en silencio, lanzándonos rayos con los ojos, follándonos el uno al otro con la mirada.
- ¿Vamos?
- Vamos.
Nos pusimos de pie los dos a la vez y entramos dentro. Se descalzó en el salón, dejó los pantalones en el pasillo y colgó las bragas en la puerta de mi habitación.
Me enseñó a bailar rock and roll horizontal. Ni el mismísimo Elvis movía así la pelvis. Era una diosa del amor como Afrodita, de piel suave y pálida como Marilyn, una boca de esas que te prometen el cielo y de verdad crees que el cielo va a ser tuyo.
Hicimos el amor como amantes, como Romeo y Julieta antes de suicidarse. Follamos como perros, como un Khal-Drogo menos musculado y una Daenerys de pelo negro. Lo hicimos mil veces, en mil posturas durante mil horas hasta que nos quedamos dormidos.
Cuando desperté en la cama solo estaba yo. La busqué por toda la casa, pero no estaba; solo estaba yo. Había sido un sueño. Ella era la novia de Elvis y yo un hijo de Strummer que sólo podía permitirme conocer a una mujer como aquella en sueños. ¿O no?
Encontré un folio encima de la mesa; por una cara tenía pintado un cerezo en flor y por la otra ponía: "BÚSCAME. SI ME ENCUENTRAS, SERÁS MIO"; firmado con un beso de pintalabios rojo.

Supongo que no es necesario decir que eso hice. La busqué por todas las calles de la ciudad. Empecé a frecuentar galerías de arte, bares de bohemios, incluso hice amigos en la facultad de arte para preguntar si la conocían; pero no, no hubo suerte.
De momento sigo buscándola por las calles de la ciudad, esperando escuchar el 'Jailhouse rock' y verla bailando, que me pida fuego y darle todo mi ardiente amor.