martes, 29 de septiembre de 2015

La chica rascacielos.

Supongo que te quedarías con la duda sobre que me pasó con la novia de Elvis ¿No? Pues bueno, por circunstancias que procedo a contar, la encontré. Si, la encontré. Has leído bien. Sé que nadie apostaba ni un duro por el reencuentro de la novia de Elvis y el hijo perdido de Strummer.

Fue una noche de estas que acabas en el piso de alguien que no conoces con gente que no conoces y de repente te encuentras a quien menos esperabas ver. Estaba sentada en un sillón con la chupa de cuero, fumándose un porro y hablando con todo el mundo. Sonrió al verme, se levantó, me cogió de la mano y me sacó de aquel sitio mientras no paraba de repetir
- Me has encontrado, por fin me has encontrado.
Y follamos. Y volvimos a fumar juntos, a emborracharnos los martes y quedarnos en casa los sábados. Nos pasamos unos meses así; ella pintaba usando mi espalda de lienzo y yo le escribía, en forma de relato salvaje, todo lo ocurrido la noche anterior. Fueron buenos tiempos, pero ya está.
De repente, un día, se nos gastó el amor de tanto fingirlo y ninguno de los dos quiso recargarle la batería. Al día siguiente discutimos y desapareció como la primera noche. Ella volvió a irse y yo pasé a ser un nuevo huésped del hotel para corazones rotos.

Con el tiempo llegué a la conclusión de que mi relación con la novia de Elvis era algo basado en lo mucho que la idealicé la primera noche. Era una mujer fatal que parecía recién salida de una canción de Burning, guapa, artista y movía las caderas como si no tuviera caderas; carne de encoñamiento para idiotas como yo (en realidad, llegué a muchas más conclusiones (naufragar en un mar de bares es lo que tiene, que te da para pensar) pero la mayoría de ellas no pintan nada en esta historia)

Cierta noche, no sé si era miércoles o viernes, los fantasmas okuparon con tal violencia la tierra de nadie existente entre mi cerebro y mi corazón, que me emborraché de decepciones mezcladas con Jack Daniels hasta rozar el coma etílico de todas mis frases a medias; hasta que el camarero del bar sin nombre en el que estaba me largó de allí a patadas.
Borracho, derrotado, arruinado, dolorido, lleno de fantasmas... Sin duda alguna, era la viva caricatura de lo que en algún momento fui. Una caricatura ruin que esa noche no supo llegar a casa y se tumbó a dormir la borrachera en el banco donde tocó su primera teta en el parque donde hizo su primer castillo de arena. Una caricatura absurda y manipulada a su antojo por el paso de los años. Era yo, pero ni mi madre me habría reconocido.

Los rayos de sol empezaron a brillar sobre los tejados de los edificios. Aquel parque era también mirador. La zona mas alta de una ciudad que antes se rendía a mis pies cada noche que salía por miedo a que la quemara, que ahora había conseguido ponerme de rodillas y hacerme suplicarle que no me llevara por delante.
Abrí los ojos. La espalda era un festival de contracturas y tenía un ligero sabor a mierda (o a garrafón) en la boca. Me levanté dispuesto a meter la cabeza bajo una fuente y seguir el camino a casa cuando algo, mas bien alguien, llamó mi atención.
En el parque no había mucha gente: una pareja haciendo footing, un viejo paseando al perro y una chica. Una chica apoyada en una valla, acabándose un cigarro y viendo amanecer mientras escuchaba una de mis canciones favoritas.
Me acerqué a ella. Era alta, melena negra y tenía unas piernas de rascacielos. Dignas de estar en el centro de Nueva York junto al Empire State. Bajo su cazadora vaquera se escondía una figura de portada. Un cuerpo para arrasar Troya.
La música seguía sonando y no pude evitar cantar.
- Recuerdo tus labios y esos ojos que al mirar casi hacen daño...
Me miró mal. Una mirada asesina disparada por ojos que resucitan muertos. Canto mal, lo admito, pero no creo que sea como para querer matarme.
- Joder tío, acabas de cargarte mi momento favorito del día.
Tiró el cigarro al suelo y lo pisó mientras escribía algo en el móvil. Yo permanecí a su lado, viendo como los rayos del sol empezaban a llenar de luz la ciudad.
- Es inspirador ¿no crees? - me dijo- Me refiero al amanecer. Ver como el sol se hace con el control de la ciudad. No sé. Me gusta.
- ¿Inspirador? ¿Para escribir? ¿Eres escritora - Yo es que siempre pregunto mucho.
- ¿Escritora? Na, ojalá. Pero a veces es inevitable.

Uf. Escribe, fuma, es guapa y le gusta una de tus canciones favoritas. Huye Alberto, huye. Otra mujer fatal ahora te viene como el culo.

La chica se despidió con un ligero "adiós" y quise dejarla escapar. Que se perdiera entre la gente de la ciudad y no volver a verla, pero soy demasiado débil.
- Espera. Me gustaría volver a verte.
Sonrió. Juro que me gustaría describir esa sonrisa pero aún no he conocido palabras que la definan.
- Bueno, yo vengo aqui todos los dias sobre esta hora. Me gustan los amaneceres.
Y se fue.

Durante dos semanas estuve en constante guerra civil con mi cabeza y mi corazón ¿Volver a verla o no? ¿Dejarme de mujeres fatales y buscar una chica sencilla o ser un kamikaze sentimental de nuevo? La herida de la novia de Elvis aún me supuraba por las noches sin que pudiera hacer nada y la chica con las piernas de rascacielos era una perfecta desconocida a la que nunca iba a conocer si me quedaba en casa.

Volví al parque. El mismo viejo con el mismo perro y la misma chica con la misma canción. Pero esta vez yo tenía mas sueño que resaca.
- Vaya, has vuelto.
- Si, hoy si he escuchado el despertador.
Rompió a reir.
- Borracho y dormilón. Eres un partidazo.
- ¿Tu no bebes ni duermes?
- Claro. De hecho, estoy deseando volver a casa para volver a dormir.
No sé si aquello lo dijo en serio o me estaba tomando el pelo.
- Bueno, ¿entonces me invitas a desayunar?
Tampoco supe si aquello lo decía en serio o seguía vacilándome. Yo solo quería desayunar con ella en mi ático, viendo amanecer tras amanecer juntos; aún así, accedí.

Aquella fue la segunda de muchas mañanas juntos. Y después vinieron las noches, y también los días.
La chica rascacielos me provocaba un vértigo terrible cada vez que sentía el roce de su cuerpo junto a mi y me mataba de miedo cada vez que pensaba que un día desaparecería de mi vida como hizo la novia de Elvis. Pero ya sabes el dicho: quien no arriesga...

Ell tiempo ha pasado. Sigo viendo amaneceres con ella y sus piernas de rascacielos se han convertido en la única patria que habito. El único lugar de donde me siento ciudadano.
El camarero del bar sin nombre me cuenta que la novia de Elvis va siempre por allí con un novio nuevo, un modernito con barbas, "ni la mitad de lo que eres tú, tio" me dice. Pero eso ya no importa.
Ahora me emborracho de vértigo sólo con acercarme a la boca de la chica rascacielos mientras el rey del rock le canta a nuestro ardiente amor.

martes, 15 de septiembre de 2015

Renuncio.

Renuncio.
Renuncio a soñar un trío con Eva Green y Katy Perry.
Renuncio al sexo ocasional de algunos sábados (y a los lios de algunos viernes, también).
Renuncio a seguir permitiendo que chicas de curvas vertiginosas se acerquen a mi y me impidan distinguir mas allá de esos escotes tan profundos.
Renuncio a todo lo que he soñado con follarme, empotrarme, tirarme o comerme antes de conocerte.
Renuncio a todo eso con la única condición de tenerte en la misma cama todas y cada una de las noches de las próximas cinco vidas de gato que me quedan, susurrando mi nombre entre gemidos como si fuese el primer hombre del mundo y tu la primera mujer que vistió con hojas de parra. Como si tu te llamaras Eva y yo fuera Adán mordiendo el pecado de tu pecho desnudo, buscando la manzana prohibida entre tus piernas. Entonces ni siquiera el mismísimo Dios tendría cojones a echarme del Paraíso.