domingo, 28 de septiembre de 2014

Noche perfecta.

Llueve, truena y caen rayos. Es una noche perfecta.
Mañana Inés se despertará con un texto enorme al que ponerle comas. Yo también debería ponerle comas a mi vida, dejarme de tanta letra, tanta frase, tantos versos. Tengo que ponerle puntos a lo que escribo y tengo que ponerle puntos a mi corazón.
Poner puntos de sutura que cierren de verdad todas las heridas que crea el lento transcurrir de los años y el fugaz paso de esas personas que dejaron de ser imprescindibles en tu vida para convertirse en simples desconocidos. Por su culpa, por la mía, por la tuya, todos cometemos errores aunque nadie se señale a sí mismo. Nadie se mira en el espejo y dice: Yo la cagué; fue culpa mía.
Ahora que ha muerto otro verano volverán las tardes de lluvia y la capucha, volveré a cruzarme con aquella persona que me importó tanto y a la que nunca se lo dije, ni siquiera cuando se fue. Volveré a cruzarme con ella y a agachar la cabeza o a mirar para otro lado intentando fingir que no la he visto. Intentando fingir que no la he necesitado nunca, que nunca necesito a nadie, que yo solo puedo con todo mostrando mi puta fachada de flipao al que se la suda todo.
El temporal está perdiendo fuerza y esto no son lágrimas, son los restos de lluvia colándose por las goteras de mi cuarto. Es lo bueno de las tormentas, que te calan, lo sueltan todo con mucha fuerza pero pasan. Casi siempre pasan.

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