miércoles, 4 de noviembre de 2015

El mundo es una mierda.

Fue inesperado. Tan inesperado como encontrarse un billete de 50 pavos en la calle. Una sorpresa que te descoloca el alma y te parten la nariz.
Era una noche de estas en las que el alcohol no se te sube, cuando tus amigos van como cubas y tu bebes y bebes y vuelves a beber para intentar alcanzarles. Nosotros salimos de un garito y entramos en otro a por el enésimo chupito de líquido transparente que no sabes si es alcohol, colonia o matarratas; y allí estaba.
Sentada al final de la barra, vestida de blanco como si fuera un fantasma del pasado. Guapa como siempre, con el pelo más corto que la última vez que la vi (hacían muchos meses ya de eso), con los ojos mas bonitos del mundo fijos en aquel niño pijo con el que estaba.
Me miró fugazmente, clavó durante unos segundos sus ojos en mi como si fueran puñales de hielo. Posiblemente no me reconoció y si lo hizo ¿que pensó? ¿Recordaría las canciones, las películas y los mil sitios en los que nunca estuvimos pero que hicimos nuestros? ¿Los besos a escondidas en el portal, las ganas de vernos, los planes y las promesas que nunca se cumplieron? ¿Las noches hablando hasta el amanecer, los poemas que le escribí? Siempre he tenido la duda de si ella piensa en eso, si se acuerda de todo cuando está en la cama y no puede dormir. A veces, si no puedo dormir, pienso en ella; imagino por unos instantes que ha borrado mi número para no llamarme borracha y de madrugada como solía hacer para jurarme amor eterno y suplicarme que vuelva a su vida.
Fue entonces el cabrón del Leteo me sacó de mi cárcel de recuerdos para devolverme a la realidad:
- ¿Pero me quieres hacer caso? Te estoy diciendo que si vamos a la parte de arriba ¿En qué puto mundo vives?
- ¿Eh? Ah... si si, vamos arriba... Me he empanado un poco...

Subimos, pedimos, bebimos, pagamos y volvimos a pedir, beber y pagar. No sé que habían pedido pero me quemaba la garganta, entonces y de repente, todo lo que me había bebido antes me empezó a hacer efecto. Me llené de la rabia que me daba verla con otro, de la impotencia por no haber podido mantenerla a mi lado, del odio hacia todas las cosas que no me habían salido mal en la vida. Me prendí fuego por dentro y el alcohol era combustible. Verla después de tanto tiempo había acelerado mi corazón mientras me oprimía el pecho, ahora me sentía libre porque estaba fuera de mi.
Cuando bajamos las escaleras para salir del local, ellos dos estaban abajo y a partir de ahí todo fue demasiado rápido.
No sé si lo hizo aposta o fue cosa del apelotonamiento de la gente pero el novio se chocó contra mi empujándome hacia la pared y yo, ciego como iba y herido en mi orgullo, me incorporé y le pegué un puñetazo en la mandíbula.
Fue un puñetazo lleno de fuerza, una respuesta automática al empujón, que se lo di a él como se lo podría haber dado a cualquiera de los fulanos que estaba en el garito; pero también fue una declaración de principios, un grito de orgullo. Eh niñato, yo soy el gallo mas chulo de este corral y tu a mi no me empujas porque no me da la puta gana. Fue sin pensar en que estaba pegando a un niñato, si, pero a un niñato con un brazo que era dos veces el mío.
Y el me pegó otro puñetazo. Directo a la nariz, con todas sus fuerzas. Crac. Dolor. Y de repente, sangre. Y mis amigos que me cogen de la camiseta mientras, todo manchado de sangre, me cago en la puta vida del payaso aquel.

Me arrastraron hasta la calle y me sentaron en una escalera.
- ¿Estas tonto o qué? Te ha empujado sin querer y le sueltas una hostia.
- Es que vaya gilipollas ¿No has visto que te saca dos cuerpos o qué?
Había hecho el ridículo. Queriendo quedar por encima me había llevado yo la hostia y quedado por los suelos pero era cosa mía, de alguna manera tenía que expresar mi frustración.
- Que me dejéis en paz, que no tenéis ni puta idea.
Y me fuí. Estuve dando tumbos un rato por el centro con la cara llena de sangre seca y la camiseta manchada, maldiciéndolo todo
 Buscando un sitio donde enterrarme en vida, donde olvidarlo todo: los besos en el portal, los ojos azules y olvidarla a ella pero solo encontré el portal de una casa en ruinas donde sentarme a vomitar hasta el alma.
Y grité.
Y rompí a llorar.

Lloraba de rabia. Lloraba de tristeza. Lloraba de odio. Lloraba porque ella está con otro pero el mundo sigue girando. Lloraba porque al dia siguiente me iba levantar como todos los días desde hacía medio año y no iba estar a mi lado pero me iba a doler su recuerdo. En fin, me había quedado sin ella, pero ella se había quedado conmigo. Me había arrancado el corazón de cuajo separándome de mi mismo. Ella no está y el mundo sigue girando; el mundo es una mierda pero sigue girando.

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